Nacionalismo inútil (VI): el drama del voto

Creo que ya lo he dicho antes, pero lo repetiré: detesto la política. Me es difícil comprenderla en ocasiones, es un foco de corrupción y opresión, y una fuente constante de divisiones entre los seres humanos. La encuentro incluso más detestable que la religión: un pastor puede manejar al dedillo la vida de sus fieles, pero un líder político no necesita que se compartan sus mismos ideales para influir en el destino de todos los ciudadanos. En todo caso, por sugerencia personal, decidí hacer esta entrada.

Por lo general, no soy partícipe de los procesos de votación, ya que nunca soy capaz de encontrar un candidato lo suficientemente bueno para apoyarlo. Al menos así era, hasta que en la Registraduría me eligieron para actuar de jurado en las mesas de votación: uno de los trabajos más agotadores y peor recompensados que podría tener un ciudadano. Casi pierdo un evento importante en otra ciudad por problemas de información, y alguna vez perdí la paciencia con votantes irrespetuosos, que creen que uno está a gusto y bien pagado demorando la atención, como si atender a tres o cuatro personas al tiempo fuera un proceso tan fácil, incluso con seis jurados en la mesa. No, no lo es.

Pero estoy divagando. Decía que mi indiferencia al voto terminó al trabajar como jurado. De repente, me sentí impulsado a votar. ¿Por qué? Varias razones. Que era mi deber como ciudadano, que tenía que dar el ejemplo, que si este sujeto no queda este otro será peor (la opción del menor de los males es muy común en un país tan conflictivo como este), que si no votas otro lo hará por ti… No son actos de los que esté muy orgulloso hoy, particularmente en las presidenciales; sin embargo, no suelo mirar al pasado, y no me gusta arrepentirme de las cosas que hago, así que dejaré eso de lado, por el momento, e iré al grano. Las dichosas razones por las que uno debe ir a votar. ¿Son realmente válidas al 100%?

En general, hay tres principales argumentos por los cuales se supone que ejercer el derecho al voto debería ser la única opción durante las elecciones. El primero, que la persona que no vota no tiene derecho a criticar o quejarse. El segundo, que si usted no vota, otras personas lo harán por usted, o decidirán por usted. Finalmente, el tercer argumento dice que siempre está la opción del voto en blanco, si no le interesa ninguno de los candidatos.

Empecemos a analizar el primero. De acuerdo con los que invocan esta idea, si una persona decide no votar, entonces no puede ejercer ninguna opinión o protesta acerca de las decisiones, buenas o malas, que tome el ganador de las elecciones cuando ejerza el cargo. Este argumento apesta a pura discriminación y censura. Primero, porque el no participar en el proceso electoral no invalida el derecho de nadie a expresar su disgusto con el rumbo que el elegido esté tomando en el gobierno y las decisiones sociales que puedan afectar directamente a la persona. De hecho, George Carlin decía, en una de sus populares rutinas, que si alguien no debía quejarse de las malas decisiones de un gobernante, eran precisamente aquellos que se atrevieron a votar por él.

Lo segundo es que no es necesario pertenecer a un determinado grupo social (en este caso, los votantes) para poder emitir opiniones sobre las decisiones que se tomen desde este grupo. Un ejemplo claro: no es necesario ser católico para comprender y criticar las pésimas posturas que hoy se mantienen desde el Vaticano, como la oposición al aborto, la eutanasia y los anticonceptivos, y la discriminación a escépticos y LGBTI. Entonces, si yo preferí no votar, sigo teniendo el mismo derecho de cualquiera a decir que no me gustan las políticas del actual presidente.

De acuerdo con el segundo argumento, si uno no vota, entonces habrá otros que tomen las decisiones por usted. Esto se puede interpretar de otras formas: que otras personas tomarán su lugar el día de la votación (léase, fraude electoral), o que las mayorías podrían elegir a un candidato que no sea el adecuado para la nación, y usted quizás pudo detenerlo votando de otra forma. La primera interpretación, si bien tiene algunas bases reales, suele ser fruto más de la paranoia de los votantes, a menudo por influencia de los mismos partidos y que sólo evidencia la desconfianza que se tiene de las entidades del Estado. Por ejemplo, durante la primera vuelta presidencial, hubo el rumor de que los marcadores que se entregaban a los votantes eran borrables (¿cómo se borra el marcador del papel, me pregunto yo?).

La segunda interpretación es la más común, pero suele tener un dejo de optimismo irracional. Pues, si el candidato principal cuenta con una gran mayoría de votantes a su favor (por ejemplo, un 60%), entonces es difícil que un solo voto realmente haga la diferencia, y en tal caso se puede decir que no vale la pena salir a votar. Otros interpretan el esfuerzo de votar por otros candidatos como una forma de mostrar que no se apoya al favorito de las encuestas. Si esto es válido, entonces es igualmente efectivo el hecho de abstenerse a votar a modo de ejemplo de descontento con las ideas de los candidatos presentes en la contienda. Confieso que la idea del no voto como señal de protesta no termina de convencerme pero, considerando que me adhiero a las mismas razones para no salir a votar, creo que puede decirse que al menos es una buena opción.

A pesar de este hecho, algunos proponen que, ya que el abstencionismo ha sido alto en las últimas elecciones ha sido grande, debería entonces imponerse el voto obligatorio. Esto ya es una dictadura de lo más absurda. Es cierto que puede considerarse que el voto es a la vez derecho y deber; sin embargo, en tal caso tiene mayor peso el hecho de que sea opcional salir a votar. Forzar a una persona a levantarse un domingo para votar, aún sin tener una preferencia por candidato alguno, es un despropósito que sólo sirve para criminalizar libertades y oprimir el ya golpeado y desprestigiado concepto de democracia.

Finalmente, el tercer argumento propone el voto el blanco, para que supuestamente, al alcanzar las mayorías, entonces los candidatos actuales no puedan presentarse a la segunda vuelta. Esta propuesta se escucha mucho entre universitarios e incluso algunos políticos, pero yo la encuentro particularmente cuestionable. Primero, porque el voto en blanco nunca ha sido mayoría en las elecciones, ni ha alcanzado al menos un número significativo: la mayoría de las personas que votan ya tienen claro por quién hacerlo, y los que no desean hacerlo no ven propósito en votar en blanco, si ya pueden simplemente quedarse en casa. Segundo, porque es inútil en segunda vuelta, pues en esta el candidato con mayor número de votos es el que gana, aun si el voto en blanco es mayoría, con lo que termina convirtiéndose en un acto ridículo. Y tercero, porque su utilidad es mucho menor a la que popularmente le dan: el popular 50% más 1 es un concepto ya inexequible, y el único efecto del voto en blanco es impedir que los candidatos o partidos por debajo del umbral se presenten a segunda vuelta. En síntesis, es más un simbolismo inútil, por lo cual prefiero simplemente no votar por nadie.

Termino diciendo, como suelo hacerlo, que es muy posible que muchos estén en desacuerdo con lo que se ha planteado aquí, y que yo no estoy imponiendo mis ideas, sino simplemente invitando a reflexionar. Si usted tiene claro por quién va a votar en las elecciones, hágalo. Pero no vote simplemente por votar, o porque es de su partido, aunque no le gusten todas sus propuestas: vote a conciencia. Y si ninguna de las propuestas y opciones en la campaña lo seduce, simplemente puede escoger no salir a votar: está en su derecho de hacerlo.

P.D.: agradezco al autor del blog Notas de un pequeño hereje por sus sugerencias para nuevas entradas de esta serie. La presente entrada está influenciada en parte por una de dichas notas. Si desea seguir Nacionalismo inútil y sus entradas anteriores, hay una lista en su blog, el cual recomiendo de paso; si bien su discurso es más “combativo” y agresivo que el mío, sus opiniones son igualmente válidas, profundas y muy interesantes.

Comentarios

  1. La política no es un mal ni un problema, son los corruptos, ineptos y dictadores, de por sí está presente en la vida de los ciudadanos como ciudadanos, el asunto, de nuevo, es a lo que se rebajan mucho usando esta como herramienta.

    Excelente entrada, saludos y he actualizado con este y el posterior capítulo, la lista en el blog :)

    Veré si se le hace un logo a modo de "propaganda", aunque de diseñador y creativo no tengo nada, para que se acceda rápido a la serie y se difunda.

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    1. Pues es cierto que el principal problema de la política es la gente que está dentro de ella. Como dije, no soy un experto en política (me intereso cada vez que hay algún acto de discriminación, eso sí), y obviamente eso puede afectar mi percepción de ella.

      Gracias por la propuesta de propaganda. Jajaja! Tengo que pulir el Twitter que abrí para mayor difusión.

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