En defensa del Adversario
Ya
que es Semana Santa, y es un período de descanso y reflexión para algunos, y de
diversión y fiesta para otros -para mí ha sido trabajo al principio, y el resto
de los días serán pura lectura, espero-, he decidido aprovechar para dedicarle
una entrada a un tema que estaba contemplando en mi cabeza desde hace tiempo, y
es jugar, literalmente hablando, al abogado del Diablo.
No
hay nada que preocupe más a algunas personas que la idea de terminar en el
infierno en compañía de este espantoso personaje, rival de Dios, atormentador
del hombre y enemigo de todo lo bueno. Tanto así que muchos grupos protestantes
llegan a visos paranoicos, viendo mensajes satánicos en dibujos animados,
revistas, series de televisión y hasta en alimentos, al punto que algunos
pastores repiten la palabra Satanás con mucha más frecuencia que un buen puñado
de bandas de black metal.
La
cosa es que siempre me ha parecido curiosa la forma en que este personaje es
tratado a lo largo de la Biblia y en los credos de las religiones abrahámicas,
cuando un vistazo más concienzudo en el buen libro les mostraría a muchas
personas que el enemigo dentro de la Biblia probablemente sea otro.
Antes
de comenzar, si es que hay algún lector creyente que se haya desubicado un
poco, recalco que yo no creo en seres sobrenaturales, y si soy muy escéptico de
la existencia de un Creador del Universo, mucho más de su abusón encargado, que
siendo hipotéticamente una entidad menos complicada, tanto más debería ser
comprobable si es real o no. De momento, voy a limitarme a las descripciones
que hay en la Biblia, específicamente del Antiguo Testamento, que es de donde
proviene originalmente la figura que hoy conocemos como el Diablo, aunque con
un propósito diferente.
En
fin, comencemos diciendo que lo que hoy los cristianos conocen como Diablo y
Satanás era, en sus orígenes judaicos, una especie de fiscal celestial,
básicamente encomendado por Dios
para acusar los actos de los hombres (el nombre original de la entidad, shaitan, significa “adversario” o
“enemigo”). Fijémonos específicamente en algunos pasajes, como el primer
capítulo de Job, 1 Crónicas 21:1 -comparen, no obstante, con 1 Reyes 24:1,
donde es Dios quien actúa contra los
israelitas- y Zacarías 3:1. De estos pasajes, y la tradición judía, se
traduce que la función del Satán, llamado “ángel acusador” en algunas
traducciones, era precisamente la de poner a prueba la fe y los actos de los
humanos, y si bien parece efectivamente un espíritu un tanto malicioso, es
claro que trabaja bajo las órdenes de Dios, concepto claramente diferente a la
del ángel caído que se maneja desde el cristianismo.
¿Por
qué es tan diferente la concepción de Satán en el Antiguo Testamento con
respecto al Nuevo? Sólo hay que fijarnos en la diferencia que hay entre las
concepciones de Dios. Yahveh es, en el Antiguo Testamento, un dios justiciero,
que no justo, e iracundo, bastante propenso a enfurecerse con sus creaciones, y
ciertamente bastante desconfiado de ellas. Una entidad así tiene muchas razones
para poner a prueba a los seres humanos; por ello existe la figura del Satán,
aquel agente celestial que se dedica a acusar y probar la fe de los seres
humanos.
Ciertamente, habla muy mal de Dios que le dé
licencia a tal entidad para causar calamidades al hombre. O lo haría, si
realmente fuera el Satán el responsable de dichas calamidades. Si nos fijamos
atentamente en el Antiguo Testamento, como ya han hecho muchos, ¿cuántas muertes fueron causadas
directamente por obra de Dios? En realidad, ¡millones! ¿Cuántas fueron causadas
directamente por Satán? De acuerdo con el pasaje de Job, más o menos unos 50 o 100, contando no
sólo a sus hijos, sino también a los pastores y cuidadores que trabajaban
vigilando los ganados de Job -y eso suponiendo que fueran pocos los pastores de
cada rebaño-. Y es más confuso, cuando unos versículos más tarde es el mismo
Dios quien se adjudica dichos desastres (Job 2:3). Y no me dirá, querido
lector, que todo eso ocurrió simplemente por ausencia de Dios; salvo la
situación de Job, confusa de por sí, hay decenas de casos donde es orden divina
la muerte de muchas personas, y en algunos casos incluso actuando con sus propias
manos (recuerden el caso de Uza). ¿Quién es el verdadero inicuo?
El
Dios del Nuevo Testamento era diferente. Se supone que debía ser una deidad de
luz y amor; no podía darse el lujo de ser ambivalente e hipócrita con su acercamiento
al hombre (bien, no demasiado), así que era inconveniente que nuestro
calumniador tuviera patente de corso de parte del mismo Creador. Por ello, ya
en el Nuevo Testamento no es un simple fiscal, sino el adversario de Dios, un
ángel caído que se rebeló contra él y fue expulsado del cielo junto con
aquellos que lo siguieron, y que compartirá junto a los pecadores el destino
del Infierno. Cabe indicar aquí que, si bien es evidente en la lectura que el
Diablo ejerce la función de tentar a los mortales para hacerlos caer en pecado,
nunca se hace alusión a que él o los ángeles que lo acompañan nos atormentarán
directamente, sino que tendrán nuestro mismo sufrimiento.
Siendo
honestos, esto no mejora mucho la imagen del Dios cristiano. Con él, el Diablo
no está trabajando bajo sus órdenes,
sino gracias a su indiferencia, todo
por ese supuesto respeto al libre albedrío. Lo peor es que, si se supone que
Dios es omnipotente, ¿cómo permite que un ser tan peligroso actúe tan
libremente en el mundo? Y si es simplemente para poner a prueba la fe del ser
humano, ¿acaso eso hace menos ruin su actitud?
¿Qué
tal piensan otras comunidades cristianas? Si hacemos trampa un momento y nos
fijamos, por ejemplo, en las ideas de los mormones (pues sus libros son
supuestamente bastante antiguos), la cosa llega a ser incluso más
desconcertante. En uno de sus pasajes, es descrito que Satanás se rebeló contra
Dios porque este dio prevalencia a Jesús cuando aceptó que algunas almas no se
salvarían, mientras que Satanás aseguró que las redimiría a todas (Moisés
4:1-4). Sí, básicamente lo despreciaron por ¡pretender salvarnos a todos!
Claro, el pasaje implica un poco de arrogancia, pero sigue quedando una pésima
imagen de un dios que es mucho menos misericordioso que muchas de sus
creaciones, pues a muchos nos pesaría en verdad condenar a alguien a una eternidad de sufrimiento, con mucha menos misericordia de la que pregona que debemos tener unos con otros.
Y
bien, creo que es todo lo que tengo que decir por hoy. Feliz resto de Semana
Santa a aquellos que la celebren o que la estén aprovechando para descansar y
divertirse. Sólo quería dejarlos meditando ante el hecho de que, probablemente,
los lectores creyentes están equivocados sobre quién es el malo de su mito.
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