Observaciones cotidianas sobre la religión
Durante
estos días, he visto y me he enterado de cosas bastante peculiares en la
ciudad. Cosas, por supuesto, referentes a la religión. Y quiero reflexionar un
poco sobre ellas, ya que son cosas que ocurren todo el tiempo, y que uno parece
ignorar o pasar por alto.
1. La semana pasada, salí con papá a comprar
unas cosas para una reunión del grupo de laboratorio con quien trabajo. Como
cerca de nosotros están supermercados como el Mercado Campesino, Buenavista (aunque
más costoso), Olímpica y el nuevo Ara, no nos molestó hacer una caminata
larga antes de conseguir lo que quería. Mientras nos desplazábamos, terminamos
pasando justamente frente a la sede de la Iglesia de Dios Ministerial de
Jesucristo Internacional, hace poco inaugurada, que se encuentra en la Avenida
del Libertador.
Muchas
veces he pasado en buseta frente a la iglesia de la polémica María Luisa
Piraquive, pero esa fue la primera vez que me fijé detenidamente en ella.
Siendo honestos, mi primera impresión real fue más bien inquietante. Es enorme,
mucho más que la capilla mormona de Almendros a la cual asistía yo, y
ciertamente creo que ocupa el mismo espacio que la Catedral. Por otro lado,
está fuertemente resguardada: los muros tienen cámaras de vigilancia y alambres
de seguridad (sospecho que electrificados). Como si fuera poco, en la ladera
del cerro que se encuentra detrás de la edificación, hay una casa aparentemente
desocupada y un camino despejado junto a ella, como si quisieran ampliar sus
terrenos más allá. En síntesis, mi primera impresión (y creo también que la de
papá, que es un creyente poco rígido) es que más parecía una finca mafiosa que
un centro religioso.
Obvio,
no es que esté diciendo que la señora Piraquive sea una mafiosa. Es más bien
para expresar ese ambiente de vigilancia y opresión que sentí al ver esa
edificación. Seguramente es el mismo sentimiento que muchos otros creyentes
sensibles y anteriores religiosos (y sí, aunque sueno frío a veces, lo cierto
es que también tiendo a ser bastante emocional) tienen con respecto a la
iglesia en la cual están o estuvieron. Súmenle a eso que, en el caso de la
IDMJI, Piraquive es una mujer obsesivamente controladora, discriminadora, que
suele amenazar con desgracias a quienes la critican -entre risas me pregunto si
a veces ella misma se ha creído sus propias mentiras-, y cuando Dios no le
cumple se va por la vía legal contra ellos. Triste y patético.
Pero
no termina ahí. Cuando veníamos de regreso en la buseta (a las 10:30 de la
mañana, y con un almuerzo por hacer, regresar caminando no era una buena
opción) y pasamos frente a la iglesia, el conductor empezó a hablar con un
pasajero al lado sobre una larga fila de personas que estuvo en una ocasión en
dicha iglesia. Al parecer, los seguidores se agolpaban para ver a la mismísima
Piraquive, quien visitó la ciudad en esa ocasión, y la entrada costaba la
bobadita de cincuenta mil pesos. No me sorprende, pues, la gran cantidad de
propiedades que tiene en el exterior.
Uno
podría decir que toda la gente que asistió a ese evento, de los cuales muchos
seguramente empeñaron hasta el alma para conseguir el dinero, es simplemente
ignorante y poco estudiada, pero realmente sería de ignorantes y prejuiciosos
apresurarse a afirmar algo así. Lo cierto es que es bien sabido que hay
personas inteligentes y con buena educación que, ante alguna eventualidad
seria, o ante un vacío espiritual que no puedan llenar, vuelcan sus esperanzas
en cualquier cosa que les ofrezcan, y ante cualquier figura mesiánica que les
prometa el cielo. Es así como los charlatanes llenan sus arcas, y es así como
Piraquive ha llenado sus cuentas.
Ah,
y si alguien quiere demostrarme que la señora Piraquive sí es profeta,
sencillo: vaya a un hospital cualquiera, y haga brotar un ojo a un tuerto, o la
mano a un lisiado, y entonces creeré. Fuera de eso, pierde su tiempo intentando
convencerme.
2.
Como los lectores habituales ya sabrán, yo fui mormón.
Técnicamente, todavía lo soy, pues no he presentado ningún papel para
apostatar, y hasta donde sé, no he sido excomulgado. De hecho -y es el motivo
por el que escribo al respecto-, están buscándonos. Según me comentó mi madre, algunos
miembros de la iglesia han preguntado por nuestro paradero a gente cercana, obviamente con el
fin de enviarnos misioneros y rogarnos que retornemos a la iglesia.
Una
de las cosas buenas que tienen los mormones es que fomentan mucho el espíritu
de comunidad, y sus miembros se apoyan mucho entre sí. El problema es que esto
se convierte en un arma de doble filo, puesto que el espíritu de comunidad se
transforma en un demonio asfixiante. Poco a poco sienten que deben intervenir
en todos tus asuntos, y si dejas de ir por un tiempo, se preocupan de
inmediato. ¡Sólo fíjense! Deben haber pasado unos tres años desde la última vez
que se nos ocurrió pasar a la capilla de Almendros, y aún están interesados en
que regresemos.
No
es tan acogedor como parece. Como ya dije, el acoso cuando dejas de asistir es
desesperante. Y tal como mi amigo David mostró hace poco,
la renuncia puede ser incluso peor. El acoso es más descarado e insistente, y
tendrás que pasar por un largo papeleo antes de que por fin se decidan a
dejarte ir. La excomunión sería una salida más fácil, pero lo ideal es que
todos en la familia se salgan también, pues ya ninguno cree en el Libro de
Mormón; por otro lado, ninguno de ellos le da demasiada importancia a ese
asunto, así que yo sería el único.
Y
siendo franco, tampoco es algo que me interesara demasiado, fuera de sentir un
poco de liberación personal. La verdad es que, a diferencia de la Iglesia
Católica, los mormones no tienen un Concordato, así que no hay beneficios
especiales si permanezco en sus listas. No es como que puedan robarle al país
por cuatro nombres más o menos, aunque sigan engañando a otras personas. Y
afortunadamente, nadie ha dado información de dónde vivimos actualmente, así
que no tienen forma de ubicarnos. De momento, son molestias que puedo dejar
pasar. Eso no significa que no tenga intención de renunciar legalmente a ellos,
sino que es una comezón tan irrelevante que, por el momento, no vale la pena
rascarla.
Eso sí, cuando me decida a hacer todo el proceso legal, espero conseguir un buen abogado para que me respalde.
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