Nacionalismo inútil (XIX): la mezquindad del aficionado deportivo

Alguna vez, Martín de Francisco y Santiago Moure presentaban en El siguiente programa un episodio de dos partes con un compendio de los problemas que aún hoy en día aquejan nuestra sociedad. Si bien algunos de ellos son más bien absurdos (construir ciudades en montañas, comidas como el almuerzo ejecutivo y la empanada con arroz), y otros más bien desestimables (presumir de la biodiversidad), varios de ellos sí que daban en el clavo (la lagartería, representada por una nada sutil parodia de Poncho Rentería, el vivismo y la sumisión, entre otros). Entre ellos, uno de los más importantes era el patrioterismo, y una de sus fuentes más importantes, como señalaban los dos eternos pesimistas, es el deporte.

Si uno quiere ser honesto consigo mismo, debe admitir que una de las peores cosas del deporte colombiano es la hinchada. En nuestro país, los aficionados de los deportistas pueden ser personas que los elevan hasta lo más alto del podio con frases de agradecimiento y admiración, o que pueden derrumbarlos con críticas terribles. Para muchos, nuestro gran problema es que no podemos comprender que triunfar en un deporte es cosa de esfuerzo y tenacidad; no es algo que se consiga de un momento a otro.

Claro, hay que admitir que los hinchas de hoy tienen muchas cosas a respetar. La Selección es la más fuerte que se ha tenido en mucho tiempo, y nuestros deportistas están posicionándose en competencias en el exterior. Personajes como Catherine Ibargüen, Nairo Quintana y Mariana Pajón cosechan triunfos en diferentes países. La delegación colombiana en los Olímpicos han ganado 16 medallas en Londres y Río, y cuatro de ellas han sido de oro, cuando a muchas personas les parecía lejano repetir el triunfo de María Isabel Urrutia en el 2000.

El problema es que es justamente ese crecimiento deportivo y ese rendimiento el que ha hecho creer a los aficionados colombianos que somos invencibles. Peor aún, que somos infalibles, que los triunfos podemos obtenerlos sin tener ningún problema en la ejecución. Y especialmente, el hecho de que esté hablando en primera persona del plural refleja también que creemos que sus triunfos son también nuestros triunfos, como si contribuyéramos en el desarrollo de sus capacidades o si fuéramos condicionales con ellos. Sólo recordemos la contundente respuesta de Winner Anacona al presidente Santos en Twitter, y para colmo, hace unos días, la recepción de los medallistas olímpicos esta semana se dio casi al mismo tiempo que nos enterábamos que se realizará un recorte en la inversión al deporte en el país.


Es muy probablemente síntoma de un complejo de inferioridad y la rivalidad regionalista dentro del continente. Frecuentemente nos enfrentamos a los logros de otras potencias deportivas suramericanas como Brasil y Argentina, y cuando nuestros deportistas logran enfrentarlos o incluso superarlos, nos creemos inmediatamente campeones entre todos. Entonces, cada vez que por ejemplo la Selección de Colombia pierde ante el conjunto brasilero, destripamos cruelmente al equipo, sin importar si realmente jugaron bien o no.

Por otro lado, buena parte de la culpa del nacimiento de esa actitud mezquina del aficionado colombiano proviene de los periodistas deportivos. Recientemente, Semana publicó una nota sobre el daño que periodistas como Édgar Perea, Iván Mejía y Carlos Antonio Vélez han hecho a los deportistas colombianos, al endiosarlos de forma exagerada, mientras que al mismo tiempo los critican de forma cruel e incomprensible (curiosamente, esto también es mencionado en El siguiente programa durante un episodio dedicado al fracaso de Francia 98). Es una relación bastante ambivalente: por un lado, si Colombia pierde un partido, no se tarda en criticar la acción de un árbitro, pero tampoco demoran en destripar a los miembros de la selección, e incluso al técnico por mantener a ciertos jugadores en el campo. A Nairo también lo han criticado duramente a pesar de que, siendo joven y con tan poco apoyo, ha logrado posicionarse en el ciclismo internacional como hace mucho no lo hacía un colombiano. Y desgraciadamente, todas estas actitudes mezquinas se han filtrado hasta los aficionados colombianos, propiciando esa mentalidad que en Semana describen como triunfalismo: la idea de que lo único importante es ganar, y de poco vale la competencia y el desempeño si no se triunfa, y por tanto se debe triturar a los deportistas cuando no obtienen la victoria: no olvidemos la desafortunada historia del ya muy menospreciado y un poco olvidado Falcao García, a quien incluso algunos culparon de presentarse en un partido de un campeonato menor, como si él hubiera tenido control sobre el accidente y la lesión que tanto ha afectado su carrera.

Obvio, esto no significa que los deportistas no puedan tener problemas, ni que sus entrenadores o directores técnicos no tengan falencias en ocasiones con respecto a la forma en que se planifican. Sólo que debemos tener en cuenta que estas cosas son usuales en el deporte, y no podemos esperar que nunca suceda un error. Y sobre todo, no creamos que ya se alcanzó la victoria antes de siquiera competir. Esa es una mentalidad muy pobre. Los triunfos son cosa de esfuerzo, constancia y perseverancia, y no se encuentran a la vuelta de la esquina como para pedir que nuestro ídolo deportivo vaya y la compre. Es muy discutible que se pueda uno sentir orgulloso de logros en los que no contribuimos, pero es incluso peor cuando atacamos cruelmente a los autores de aquellos logros simplemente porque no podemos tolerar que, como seres humanos, también son falibles.

Comentarios

  1. Leyendo el articulo me acordé de un episodio de la serie "La pulla" de la gran Maria Paula Baena, que también se refiere al asunto del articulo: https://www.youtube.com/watch?v=aFaInqZNtZE
    Y me acordé tambien del triste caso de Andrés Escobar muerto a balazos en un estacionamiento, y ¡todo por un vergajo autogol!

    Y para más inri, van a recortar un 27% al presupuesto del deporte.

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    1. Sí, el video de La Pulla fue una de las cosas que me inspiró a escribir esta entrada.

      El caso de Escobar es uno de los ejemplos más patentes del daño que hace esa mentalidad triunfalista y belicosa, pero parece que no aprendemos de eso. Y sí, lo del presupuesto lo vi cuando estaba en un supermercado del barrio, y casi me río de la ironía. Un absurdo.

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